Con quien nos quedamos “En manos de una clase política cicatera y de una parte del sector privado que a más de inepto, ha sido crónicamente su cómplice”
“En
una palabra”
Por: Carlos Javier Barbosa Castañeda.
Dejemos el
fetiche: Bogotá se construye a partir del ejercicio de la ciudadanía, no
solamente participando en la “fiesta” electoral
El
estado actual de Bogotá es lamentable en muchos aspectos, pero como diría perniciosamente
alguna celestina: “podría estar peor”. Se supone que es una mega-ciudad y, que pese
a esto, no cuenta con una infraestructura digna de su tamaño e importancia, de
la cual la ausencia del sistema de transporte Metro constituye el ejemplo más conspicuo. A propósito, este último
evento muestra la mezquindad más extrema de la clase política, de sus elites, y
de la población en general (por ser pasiva y cuando menos por no mostrar actitud
de agencia). En realidad, lo que ocurre es que todos somos culpables de la ciudad que tenemos; es un reflejo muy
fiel de nosotros, no solo por acción (vrg., malas obras) sino por omisión
(falta de exigir cuentas, de realizar control social). En una palabra: Bogotá
es lo que es porque hasta ahora esa es la cantidad y calidad de ciudadanía y
civilidad que tenemos los que vivimos directa o indirectamente de ella y dentro
de ella. Con todo, esto no le quita la mayor
responsabilidad a la clase política.
Considero
que el problema más importante y acucioso no consiste en incrementar la
tributación (que posiblemente sea necesaria), sino que la dificultad más grande
la constituye la falta de estadistas, de una clase política y de una elite que no solo cuente con una visión
de Estado propia del siglo XXI, sino que además cuente con las cualidades morales, y la idoneidad que son necesarias; de una elite, de una clase política, que
como clase no esté amarrada ni enmaridada con intereses particulares, tales
como los que, asumo, han retrasado el establecimiento del sistema masivo de
transporte Metro, por ejemplo. No de
otra manera me puedo explicar la ausencia de este sistema toda vez que creo que
las decisiones tomadas no han sido fruto ni cortesía de la estupidez personal
de los tomadores de decisiones. En una palabra: el problema es más de gente que
de plata. Mientras eso no ocurra estamos a merced del juego de los intereses
mezquinos de unas fuerzas vivas alcahuetas, y de una clase “empresarial”, que
en contubernio con la clase política mantienen privatizado o secuestrado
indirectamente el Estado. En suma: se necesita no solo un gerente, sino un cuadro que además de ser efectivo y
eficiente en la gestión tenga una visión de Estado, que esté a la altura de los
tiempos.
No
nos vengamos con más autoengaños: aquí ni los políticos con sus programas no
efectivamente exigibles, ni ningún mesías (ungido o no), y menos aún un
culebrero, nos van a salvar: si no lo hacemos nosotros, nadie lo va a hacer por
nosotros, y por tanto va a seguir primando la inercia directiva, amén del
jueguito de intereses económicos y políticos mezquinos, que quieren
“administrar” la Ciudad como si fuera un negocio propio, que responde a una
clientela propia, cuando los beneficiarios (y perdón por el clisé) deberíamos ser todos los
“Bogotanos”, tanto de nacimiento como de acogida, y en general de todas las
personas que aquí se radiquen.
Una
manera de empezar podría ser proponer, desde la sociedad civil, la modificación
de las reglas de juego para mantenerse en el ejercicio de alcalde. La cuestión
consiste en fortalecer los mecanismos de rendición de cuentas, tanto en lo que
tiene que ver con la eficacia, como en su eficiencia. En una palabra, reformar
las maneras de poder exigir resultados, de exigir que se cumplan los objetivos
propuestos en las respectivas plataformas políticas. Asimismo, otra manera de
cambiar consistiría en fortalecer los mecanismos de educación, diferentes a las entidades formales de rendición de
cuentas, más allá de las veedurías, contralorías y demás. Cuando hacemos
referencia a la educación no hacemos referencia a la enseñanza escolar sino a
los medios que influyen en la construcción de cotidianidad, de ciudadanía, tal
como lo podría ser buscar la independencia del Canal Capital, para que este medio sirva a los intereses de la
Ciudad y no funja como una simple oficina de prensa, o de manejo de imagen de
la autoridad de turno; de un Canal que ayude a educar más acerca de que es lo importante para la Ciudad, que ayude
más a cultivar en la exigencia de resultados y el rendimiento de cuentas, por
ejemplo.
En
realidad, es difícil creer que con nuestra institucionalidad (legal y
consuetudinaria) llegaremos muy lejos. En razón a este hecho debemos tomar el
camino propositivo; empezar por algo,
pero importante; algo que esté al alcance de la sociedad civil, que no dependa
de la clase política (que no ha estado a la altura de la responsabilidad y
poder que se le ha asignado). Una manera de hacerlo consiste en proponer
reformas de rendición de cuentas, de cumplimiento de promesas electorales, y de
ajuste de los recursos de la Ciudad en la construcción de ciudadanía (tal como
sería el caso de la nueva misión del Canal Capital, por ejemplo). Tengámoslo
bien clarito: la Ciudad es de todos los colombianos que aquí vivimos; de
nosotros depende su desarrollo, su participación e importancia dentro del
concierto global, y de que no se mantenga semi-privatizada en manos de una
clase política cicatera y de una parte del sector privado que a más de inepto,
ha sido crónicamente su cómplice.
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