martes, 12 de septiembre de 2017

CARACTERIZACIÓN TRABAJO INFANTIL Y JUVENIL EN BOGOTÁ, D.C

CARACTERIZACIÓN TRABAJO INFANTIL Y JUVENIL EN BOGOTÁ, D.C

Escrito por: 

Hermes Fernando Martínez
Carlos Javier Barbosa



El cuestionario que a continuación se especifica constituye una herramienta de recolección de información acerca de algunos aspectos del fenómeno de trabajo infantil y juvenil, aplicado a una muestra de menores de edad 2 en la Localidad de Tunjuelito de Bogotá D.C. De manera definida, se indica que la encuesta se denomina Encuesta de Caracterización del Trabajo Infantil y
Juvenil: localidad Tunjuelito.

Como tal, con la aplicación de esta herramienta se pretende aprehender las características más conspicuas del trabajo infantil y juvenil practicado abiertamente, para una muestra de menores trabajadores en lugares públicos de la localidad de Tunjuelito (tales como plazas de mercado y vías públicas) así como las percepciones que sobre el fenómeno tuvieron otros jóvenes menores
de edad a los que también se les aplicó la entrevista, que si bien no se hallaron laborando en el momento de la misma, se consideró que su información complementa la de los menores trabajadores.

Ante todo, se señala que una caracterización acerca del universo poblacional (i.e., población de 5-17 años que labora en sitios visibles o que la practican en recintos cerrados o de forma invisible) a nivel localidad supone la aplicación de herramientas de recolección de la mayor envergadura, tal como las que, de forma ocasional, se han aplicado desde el Estado. Al respecto, es conveniente
precisar que una aplicación de una herramienta equivalente rebasa los objetivos y el dominio definidos dentro de la investigación, en particular dentro de lo pretendido por esta encuesta.
En consonancia con lo anterior, se reitera, los resultados de la aplicación de la encuesta constituyen la materia prima para realizar una caracterización del trabajo infantil y juvenil en Tunjuelito, de conformidad con lo establecido en el tema de investigación adelantado por Hermes Martínez M. (Pedir más información por correo)

viernes, 11 de agosto de 2017

Vaya terapia, unas historias en las EPS esperadas; a atención de las EPS. Experiencias triviales para compartir.


Resumir un sistema que necesita a gritos una reforma estructural y de forma integral es imposible, pero en este documento hemos intentado incluir algunos de los casos más cercanos para nosotros, personalmente hay dos: cuando regresé del PHD en Roma, salía en el sistema de salud inhabilitado y por lo cual no podía contratar, fueron dos mes y solo con la ayuda de la SuperSalud, logré poder trabajar. La otra que recuerdo aun con más angustia fue pasar por 4 días durmiendo en le piso de hospital, hasta que por un medico que escucho las lagrimas de mi madre, me hizo los exámenes y me sacaron del piso y para mi casa pues era una gastritis, tocó comprar las pastilla. Si estamos teniendo solidaridad en el sistema? no creo que esto sea. Este sentido apoyamos el proyecto de ley que apoya el Partido Liberal (Senador:Edinson Delgado Ruiz) en se redefine el Sistema General de Seguridad Social en Salud. Todo las criticas, sugerencia y casos se pueden consignar en este blog.     



Escrito por: 


Hermes Fernando Martínez

Carlos Javier Barbosa




En reciente elucubración en este espacio acerca de los medios de comunicación, se reseñó que los únicos noticieros de la TV pública con cobertura nacional, tenían un esquema relativamente invariable de temas todo lo cual permite entrever no sólo un arreglo rutinario en cuanto al desarrollo de la presentación, sino también ante los contenidos particulares de cada noticia. Un caso bien ilustrativo lo constituye la atención de las EPS, tema planteado casi que a diario en los noticieros.
Aunque se pueda considerar que la percepción de la pésima atención de las EPS es moneda corriente, habida cuenta de la continua relación de malas noticias que salen en los noticieros, así como la experiencia diaria que con suerte o sin ella afrontamos cada vez que tenemos que acercarnos al profesional de salud, valdría la pena compartir en este espacio acerca de dos casos de atención de clientes promedio del sistema. Evidentemente, reseñamos el caso de dos personas que si bien no han puesto a prueba al sistema para un evento crítico (en términos de solicitar algún tipo de intervención de alta complejidad), y que por lo mismo tampoco cuentan con evidencias de uso atípico o al menos extraordinario, cuentan con alguna opinión fundamentada en la experiencia, vivencia que da una idea de cómo es el trato al usuario promedio. Al respecto, lo que se percibe es que la atención de salud constituye una verdadera terapia, sobremanera a las personas que presentan mayor necesidad de atención.
En principio, como usuario de los servicios de aseguramiento en salud, se considera que la labor cumplida por las EPS debería ser valorada en primera persona, en lo posible de forma objetiva, distanciada; sin embargo, este tipo de empresas se vuelven una tarea bastante difícil máxime cuando como usuarios hemos arraigado con algo de fundamento un prejuicio contra el sistema, aprensión que día a día alimentamos ante cualquier asomo de desliz. En una palabra, nos acostumbramos a ver solamente la parte vacía del vaso servicial de las EPS. Empero, lo anterior no puede constituirse en una auto-censura para compartir las experiencias que las personas han tenido con el sistema.
Es claro, nadie en sus cinco sentidos negará los beneficios de tener un seguro que CUMPLA, que sea SEGURO, que responda ante la aparición eventual de enfermedad, o peor, de un accidente o enfermedad catastrófica. Es igualmente beneficioso para la sociedad que sus miembros estén asegurados en salud, en parte por poderse permitir una mayor productividad, en parte por poder reducir eventuales costos asistencialistas. Aunque es evidentemente beneficioso, existen casos en los cuales la percepción no concuerda con los hechos, es decir, cuando algunos miembros de la sociedad por la razón que sea no tienen cobertura de seguridad en salud. Más aún, por el hecho de que algunas personas que teniendo los medios para acceder al seguro no lo hacen (y sabiendo “en términos intelectuales” el riesgo que corren por no cubrirse), se hizo corriente instaurar como medida obligatoria para el asalariado su afiliación a seguridad en salud. (En realidad, el Estado paternalista obliga a que los ocupados de las empresas legalizadas tengan cobertura en salud –y en los debidos casos, en riesgos profesionales. De otro modo, es posible que muchos ocupados no actúen de modo racional en el sentido de que podrían no afiliarse a salud, y lo que es peor dejar por fuera del seguro a su círculo familiar).       
Al margen de los comentarios recién señalados, se considera que el problema de la seguridad en salud mayoritariamente se compone por problemas de acceso, es decir, por el costo del aseguramiento en salud, toda vez que la salud hay que pagarla. En dicho sentido, poder instaurar un esquema de salud implica el concurso del sector privado y del Estado. Por caso, no sólo se requiere la tecnología financiera para instaurar el esquema de seguros como tal, sino que la atención que hace efectivo el uso de este instrumento también demanda gran cantidad y diversidad de recursos. En concreto, la formación de capital humano en este rubro no es gratuita, requiere preparación académica, muchas prácticas, toma bastante tiempo (además de demandar buena dosis de vocación). Igualmente, exige instalaciones adecuadas de atención, equipos de gran complejidad, una gran logística, gran coordinación y grandes recursos en fármacos. El Estado por su parte también tiene que actuar mediante varios tipos de intervención: planeación, regulación, inspección, vigilancia, control, así como garantizar el cumplimiento de la ley. En suma, grandes inversiones de capital humano, capital económico y capital social son requeridas para la atención de los servicios de salud. En una palabra: la salud es un derecho que cuesta plata, que demanda una infraestructura humana, técnica, social y organizacional de gran calado.  
Conscientes de la complejidad del tema de la seguridad en salud, las opiniones compartidas en este espacio se reducen a contar algunas percepciones muy sencillas, que procuran dar cuenta del desgaste que padecen los usuarios (posiblemente padecido también por los médicos y el resto del personal implicado, esto es, por los proveedores directos).
De forma preliminar, el traguito de la atención en salud o mejor del paquete de la seguridad social (salud y pensiones) puede empezar justo antes de solicitar cualquier servicio tangible de salud, por ejemplo. Uno de los casos mencionados señala que la comunicación telefónica –de servicio al cliente- con uno de los operadores, presumiblemente de los que ayudan a recaudar, certificar y elaborar las planillas, etc., es prácticamente un imposible: han mantenido a la persona de marras, por reloj, más de 45 minutos ininterrumpidos ante una monótona grabación, con musiquita de fondo y todo. Claro, puede uno colgar, pero de nuevo: a esperar muchos minutos ininterrumpidamente (¡Vaya terapia!). Como corolario de la situación, la máquina cuenta con un mensaje cínico que sugiere dejar el número telefónico para que ellos con su gran sentido de atención al cliente, devuelvan la llamada. De todas maneras se subraya: lo de la espera no sólo fue cuestión de un episodio; lo ha sido en tres ocasiones, que para infortunio del usuario le ha tocado comunicarse con dicho operador ese mismo número de veces. Podríamos decir que esa es la inauguración de muchos de los usuarios que entran al sistema (sea por primera vez o porque están de vuelta). En teoría, eso es lo que nos dicen cuando por nuestro bien los “expertos” instauran este tipo de esquemas; la cartilla nos dice que el operador debería atender el mayor número de llamadas, pero por cualquier cosa que el usuario desconoce la situación no es esa. Parecería que atienden diariamente como máximo 10 usuarios. ¿Quién responde por esta ineficacia/ ineficiencia? Es claro, el operador de marras no hace el servicio gratis, alguien debe pagar; ese alguien es el usuario. ¿Quién lo defiende? Entiéndase, el usuario está pagando, no es un servicio regalado. Por otro lado, el tiempo del usuario también cuesta: ¡”Señor” Legislador nuestro tiempo como usuarios también cuenta!     
Por otro lado, una vez utilizado el servicio tangible de salud por consulta rutinaria, la percepción inmediata del usuario de la atención es que las IPS (ejecutoras directas del servicio de salud) atienden a  escala industrial, y no dan abasto para atender tanto paciente (¿contribuyente?) en las consultas médicas. La impresión (claramente subjetiva) es que no acaba uno de llegar cuando, tras una breve sentada y el concomitante monólogo, ya está siendo despedido. En últimas, si el paciente no lleva muy claro qué es lo que tiene, qué le duele, qué no de duele, cómo le duele y/o bajo qué condiciones le duele o aparece un síntoma, “se fregó”: ¡hay que atender; hay gente esperando! … es el negocio. (Así, si el paciente no se sabe expresar, se le olvidan las cosas, se pone nervioso o cualquier otra cuestión que interfiera en su parlamento acerca de los síntomas, de nuevo: “se fregó”. Al respecto, es posible que sea necesaria una concienciación y/o una educación de nosotros como pacientes, ello en aras de que el sistema funcione más eficazmente. Como sugerencia se considera que las EPS podrían ayudar decisivamente).
Relacionado con el tema de las citas, queda el paciente o uno con la impresión de que el médico tiene que despachar rápidamente a los usuarios, y por la misma percepción de que el paciente o uno es diagnosticado a las carreras. Peor aún, el sentimiento se confirma cuando lo prescrito se reduce a Ibuprofeno o Acetaminofén. En el caso de las opiniones consultadas, las personas que van al médico por algo serio y no por un simple/esporádico estornudo, se considera que uno tampoco esperaría que le recetaran Ibuprofeno (“todo el mundo da por sentado” que para el dolor está establecido el Acetaminofén o Ibuprofeno. Uno no va a que solo le alivien el síntoma). Si bien se subraya que para mejorar el servicio es indispensable el concurso del paciente (mayor cultura en la calidad de uso del servicio ayudaría), aún queda por verse como el Legislativo resuelve el esquema para que se atienda de modo más eficaz al paciente (y no en términos de la eficacia actual entendida como el simple número de pacientes atendidos, con o sin Ibuprofeno; con monologo o sin monologo, etc., sino también en términos de calidad y por supuesto, de efectividad).
Podríamos decir que dicha situación hasta cierto punto es manejable, ¿tolerable? Empero, la cuestión adquiere carácter crítico con el tema de la asignación de citas para procedimientos de complejidad superior a las del medicina general o de las valoraciones del especialista. Para empezar, las citas especializadas se asignan con una diferencia muy protuberante: mayor a un mes, aunque en gran cantidad supera los dos meses. Aquí el paciente desconoce el motivo de tanta demora. Considera subjetivamente que existe una fila de espera razón por la cual no puede ser asignado más “tempranamente”. Sin embargo, se desconoce si las IPS tienen o deben hacer públicas las listas de asignación de pacientes y citas, ello con el fin de que el paciente cuente con mayor información acerca del servicio, y para que se pueda hacer una imagen más cabal acerca de lo que puede y de lo que no puede esperar en términos de agilidad en el servicio. En consideración de lo que aquí se expone se cree que discutir la posibilidad de que se hagan públicas este tipo de citas y asignaciones –en las intervenciones de cierto grado de complejidad en adelante- contribuiría a informar y ejercer un mejor control sobre el servicio.
Por otro lado, ¿qué haría un paciente que adolece de presión arterial alta si después de estar necesitando una atención con un grado bastante significativo de urgencia, llegado el día de la atención, por caso, una atención dental, el profesional de turno le negara el servicio por el hecho de no haber tomado la pasta para la tensión, aduciendo riesgos rebuscados? ¿Antaño morían los pacientes de odontología por presión arterial en la silla del odontólogo? ¿Hasta allá ha llegado el esquema de seguros para prevenirse de cualquier cosa? ¿Y qué de los que mienten en este caso y en los más de los casos? ¿Acaso no termina con una mayor presión arterial un paciente cuyo servicio requerido con urgencia es negado? ¿En este caso existe alguna cantidad finita de Captopriles que sirva de algo? ¿Suma puntos a un profesional con su IPS o EPS negar la atención a un paciente?
Pese a lo anterior, la situación no termina ahí. La terapia procedimental del esquema de atención continua cuando uno se acerca a la ventanilla a solicitar nueva asignación de cita. “Si señor. ¿Cómo no? Déjeme ver… La más cercana es dentro de casi tres meses”. ¡Dentro de casi tres meses para la misma intervención! Claro, si la cosa no ha empeorado. Es un hecho, al personal de la IPS le tiene sin cuidado; posiblemente ya están curtidos en este tipo de artes. Pero, al usuario, que eso si tiene que apoquinar mensualmente, so pena de tener que pagar intereses de mora, ¿quién le responde? ¿El seguro? ¿Cuál seguro? ¿El de tener que pagar? Un seguro debe responder seguro, de forma segura; de resto no es seguro, es inseguro (¿Pagar por un inseguro?). ¿La plata de este tipo de pacientes adónde está yendo? Claro, saldrá el vocero del gremio, pues para eso le pagan, a recitar una gran cantidad de tautologías, a esgrimir razones escolásticas de rutina, previamente preparadas y continuamente refinadas por el pool de abogados (que para eso están), ello con el fin de hacerles claridad a los torpes pacientes que no logran entender que esa es la naturaleza del servicio. (Dando a entender algo así como: “Si quieren más paguen más”).
En fin, en este tipo de absurdos ¿quién responde? Claro, este caso no es nada en comparación con un incontable número de eventos, de lejos mucho más trágicos y más dramáticos.
Los notables que cuentan con el poder, la plata y el respaldo del Estado para contratar aquí o en el extranjero a expertos de verdad para que formulen soluciones creíbles, efectivas de reforma a este esquema, deben mantenerse perseverantes en esta empresa de mejoramiento continuo de atención al usuario. (¡Algo así como un Kaizen a la colombiana). Sin embargo, no elucubremos demasiado. La realidad nos golpea continuamente, pues es evidente que la plata del usuario de a pie no vale. La del notable y la de sus familiares, amigos y protegidos si vale. Así, mientras la plata del notable sea la única que vale ¿Qué le va interesar adentrarse del problema? Le tienen sin cuidado los dramas de las personas que pagando en el régimen contributivo con el mismo tipo de billetes, reciban una atención que no es digna ni siquiera en un sistema asistencial. Para un notable los pacientes valen en tanto representen votos; de resto no. 
 


Los medios de comunicación, la formación de ciudadanía y la audiencia del hogar

-¿[Hasta] cuándo más los capítulos repetidos ad nauseam del “Chavo del Ocho” o los “Cuentos de los Hermanos Grimm” para los niños de más bajos estratos?



11 de agosto de 2017
Escrito por: 

Hermes Fernando Martínez
Carlos Javier Barbosa


Aunque la temática habitual de los noticieros de TV en Colombia es bastante monótona, los noticieros se erigen como los programas de mayor rating. Más aún, no sólo adolecen de una limitada temática sino, lo que es verdaderamente grave, padecen una pobreza en cuanto al tratamiento –crítico- que se les da a los contenidos. En este caso, y en un sentido más amplio, las personas que no tienen un servicio alternativo de TV están obligadas a consumir el bodrio de la oferta nacional, toda vez que no cuentan con una opción distinta a la de tener que ver la flamante programación de “nuestras” cadenas nacionales, incluidos los programas dominicales de tratamiento amarillista, los de torpe y mediocre humor, los de “debate” u opinión tendenciosa -con los mismos expertos, los mismos comentadores y los mismos moderadores, ah, y las mismas conclusiones-, los de chisme farandulero grotesco, las series matinales sabatinas -¿hasta cuándo más los capítulos repetidos ad nauseam del “Chavo del Ocho” o los “Cuentos de los Hermanos Grimm” para los niños de más bajos estratos?-, enlatados refritos, malas copias de realities y un largo etcétera. Con una oferta como esa ¿tiene algo que decir la ANTV? ¿Quién puede ayudar al contribuyente con esta clase de servicio público? ¿Dónde están los que marchan por asuntos tan abstractos y vagos, contra molinos de viento, materializados en arengas, silbatinas, pancartas y una que otra soflama contra “la corrupción, la desigualdad, la voracidad financiera, la pobreza y la violencia”, para que les den una mano a los televidentes que no tienen alternativas?
Evidentemente, en los noticieros la liturgia diaria es la misma: cada emisión abre con las noticias calentitas acerca de fechorías cometidas por malandrines de baja estofa, acto seguido viene uno que otro show de la justicia en tópicos de la –gaseosa pero maloliente- corrupción y uno que otro escándalo que demande justicia “inmediata y ejemplar”, se continua con el tema de la pésima atención de las EPS, se sigue con las noticias relacionadas con tal o cual tema en el Congreso –máxime si se trata de algún proyecto populista e irresponsable como la propuesta embaucadora de reducción de cotización en salud a los pocos pensionados, cuyas pensiones más altas pobres y no pobres deben subvencionar-, algún tumbe a brillantes y “curtidos” (¿incautos?) inversionistas, la estridente alharaca del fútbol (al parecer para los noticieros sólo el futbol es deporte)… con algo de suerte se cierra con algún chisme conspicuo acerca del Jet Set internacional, pero si no, con alguna intrascendencia de la farándula vernácula. En fin, los noticieros venden, sea por que el televidente no cuenta con alternativas de información o entretenimiento, tal cual es presumiblemente el caso de los que no cuentan con recursos para sufragar servicios adicionales a la TV pública, o bien porque las personas que teniendo alternativas no pueden dejar este hábito tan “saludable”. Con la radio comercial la oferta informativa y de entretenimiento la situación no es mejor.
En plata blanca, la cantinela de que “la audiencia tiene el derecho a estar informada” es paja, premisa que aunque cuente con granos de verdad no deja de ser una proposición insultantemente falsa; los medios lo saben. Un derecho es derecho en tanto se hace efectivo, el resto, hasta que no se pruebe lo contrario, es mito; sólo el uso efectivo le da estatus de derecho parcialmente real, creíble. Detrás del derecho a estar informado hay muchos supuestos, tales como que las personas son observadores críticos y que cuentan con suficiente texto y contexto para hacerse una idea plausible de la situación. Los medios más que nadie saben que una noticia se convierte en información útil cuando el cúmulo de datos se puede criticar con criterio –valga el pleonasmo-, cuando existe una institucionalidad que además de estimular la participación permita la acción ciudadana efectiva.
¿De qué sirve, por caso, saber que un magistrado o juez es corrupto, si el ciudadano “informado” no puede hacer nada? ¿Salir a “castigar con su voto”? ¿Votar por los delfines adecuadamente distribuidos dentro del portafolio partidista? ¿Votar en blanco? ¿Proponerse uno en calidad de advenedizo sin maquinaria pese a contar con el apoyo de algún equipo honesto con buenas ideas? ¿Votar por algún “independiente” aguas tibias que termine apoyando los segmentos políticos más tradicionales? Ante esta situación un ciudadano que procure la honestidad señalaría que, con excepción de uno que otro romántico o ingenuo, tanto los que han estudiado, como los que saben y practican la política tienen muy claro que sin carrera política, sin conexiones, sin tradición, sin padrinos políticos, sin plata (sin abundante plata), sin cámaras ni reflectores, sin los ecos celestiales subliminales de los medios y sin el favor decisivo del establecimiento nada se puede hacer, máxime en una sociedad tan tradicionalista, ensimismada y reacia al cambio como la nuestra. (En relación con nuestro carácter ensimismado, el presidente Alfonso López M. se refirió en algún momento sarcásticamente a Colombia con el mote del “Tibet suramericano”. Cualquier aclaración sobra.)       
Por otro lado, la situación con nuestra actitud ante las noticias da la impresión de una indolencia e indiferencia generalizada que hace que los telediarios se vean más con el fin de pasar el tiempo y obtener diversión gratuita, que con el objetivo de informarnos y/o formarnos continuamente o, idealmente, poder ejercer algún tipo de control social sobre lo que pasa. Por el contrario, cosas que en otra parte causan indignación y estupor aquí son naturalizadas. Se reitera, a juzgar por los resultados, el televidente típico es desesperanzadamente a-crítico, tanto el espectador con nivel de enseñanza superior como el que no. Para el colombiano promedio que no se inmuta, al parecer es natural que los pillos se salgan con la suya, ante todo los del “cuello más blanco”, a lo cual alguien podría añadir “los más decentes”, algunos de los cuales se presentan cínicamente como “enemigos acérrimos” de la corrupción y no contentos se despachan pontificando que el problema es de “unas cuantas manzanas podridas”. Igual, para el colombiano promedio que no tiene la mas remota idea de cómo es el tejemaneje al interior del Estado, no es ninguna noticia que en una cantidad perceptible de casos los jueces y grandes magistrados en su infinita sabiduría absuelvan, cierren o declaren prescritos casos de la alta delincuencia (la misma que saquea abierta o soterradamente, de forma simple o embrollada, y de modo continuo o esporádico Nuestro tesoro público, representado por el pago diario que sufraga el contribuyente en las cajas registradoras cada vez que adquiere un bien o un servicio o cuando paga algún otro tipo de impuesto). Al parecer, la estridente proclama en las encuestas de que lo más importante es nuestro bolsillo no se compadece con nuestra actitud ante el robo y mal uso de los impuestos que pagamos en nuestras cuentas, cantidades que de forma sardónica aparecen nítidamente discriminadas en los recibos.
Nuestra actitud ante los problemas cotidianos ha tomado matices surrealistas: para el apático de a pie al parecer es natural/indiferente que los niños de los dominios geográficos de mayor atraso social donde el amo y señor es un gran cacique político, sufran desnutrición aguda y crónica; es más, para agravar la pesadilla, se están volviendo naturales los paseos de la muerte (¡!). En un país apremiado por la escases de infraestructura, al “mayor de edad” promedio no lo desvela la terminación de la famosa obra de infraestructura llamada La Línea, construcción que como muchas otras nos quedo grande, hecho que por demás no conmociona los medios, adalides y guardianes par excellence de nuestro “derecho a estar informados”. Dentro de la miríada de ejemplos que se pueden seguir exponiendo, también es natural que las empresas de telefonía móvil hagan timos si los usuarios no “andan mosca” o si no se pellizcan a reclamar una vez ha sido descubierta la picardía, etc. Una frase que sintetiza nuestra indolencia y al parecer valida nuestra actitud: “¡Quién lo manda dar Papaya!”.
En suma, la nuestra es una sociedad donde predomina la máxima de la Ley de Gresham en la cual “la moneda mala desplaza la buena”; donde es mejor pagar la coima que tener que esperar el turno en un trámite ordinario o extraordinario; donde la situación ha llegado al punto en que resulta mórbidamente racional utilizar el atajo. Es una sociedad donde cuestiones morales sencillas y diáfanas se cuestionan absurdamente. Para la muestra un botón: hace unos meses algunos noticieros radiales se escandalizaron y “llamaron al debate” a la opinión ante el hecho de que en otra parte del mundo una profesora de enseñanza básica puso mala calificación a un alumno que habiendo respondido acertadamente una pregunta, [éste] no supo justificarla. ¡Los medios cuestionando el acierto de la Maestra! ¡Abrase visto! Se acentúa, los mismos medios que pregonan el derecho a “estar informado” son los mismísimos que se escandalizan ante este hecho. “El que tiene oídos que oiga”.
En cualquier caso, la reflexión recién expuesta tiene como objetivo cuestionar el papel de los medios en tanto oferentes del servicio público de difusión de entretenimiento e información, y, por derivación, llamar la atención sobre los efectos reales que tienen en la formación de los miembros del hogar. Es necesario que nuestra inconformidad no se quede en palabras o en un silencio irascible; es más, es un deber exigir por elementos que ayuden a estructurar, consolidar y progresar la construcción de ciudadanía, para lo cual es imperativo que la opinión pública representada en primera persona realice lo que esté a su alcance por vigilar, criticar y de ser el caso adoptar una actitud propositiva en aras de que el Estado haga lo que en teoría tiene que hacer y es velar por la calidad del servicio que ofrecen los medios nacionales, máxime cuando en una gran proporción de hogares la educación de los menores de edad está implicada. Igualmente es mandatorio que se tenga conciencia de que los medios no son simplemente empresas lucrativas sino que ante todo, dado que entran a nuestros hogares, el Estado vele porque ayuden a construir ciudadanía, por la promoción del control social, por la ampliación y mejoramiento de la participación democrática, y porque no que terminen ofreciendo un producto que mal educa, mal-forma, deforma, no informa o desinforma al colombiano, ante todo a los menores de edad, y a las personas que por cuestiones de la vida no han podido contar con un nivel razonable de formación tal que les permita asumir actitudes críticas o contar con herramientas que les faculte discernir lo que está pasando o lo que se les ofrece. Ahora, cuando el consumidor paga por el servicio “vaya y venga”, es decir, cuando tiene alternativas, pero cuando no tiene más opción la cuestión de los efectos de los medios en la educación dentro de nuestros hogares es crucial, decisiva.  (Si las “cosas no son así, i.e., si el Estado no ayuda a poner en cintura la calidad del producto que está llegando a los hogares, apague y vámonos”).


Seguridad alimentaria: menos pastos y más labranza por: Carlos Barbosa Según la Encuesta Nacional de la Situación Nutricional 2015, la inseg...