Queremos vivir de la globalización pero difícilmente hacemos algo por hacer parte de ella
Si somos muy débiles en
el sentido de no poder ofrecer productos valiosos (y demandables) en el mercado
internacional en tanto que no podemos dejar de demandar productos extranjeros
que consideramos necesarios, los términos de intercambio necesariamente
reflejaran esta condición vía tasas de cambio muy altas.
Por
Carlos J. Barbosa
La
caída del precio internacional del petróleo ha puesto al descubierto muchas
debilidades de la economía doméstica, batacazo que se ha reflejado en el gran
incremento de la tasa de cambio, y en otros efectos relacionados con dicha
subida. Por ejemplo, son de sobra conocidas algunas consecuencias que se han
cristalizado en incrementos de los precios de los bienes/servicios importados,
en particular de las materias primas foráneas; su incidencia en el incremento
de la tasa de inflación así como el incremento de las tasas de interés,
instaurado precisamente para ayudar a contener la concomitante presión
inflacionaria. (Todo lo anterior sin contar con los resultados que está
provocando el efecto del Niño en la producción agrícola -alimentos y algunas
materias primas-, y en la energética, efectos que por añadidura inciden en la
tasa de inflación.)
Es
decir, la caída abrupta del precio del petróleo automáticamente nos ha puesto
en aprietos, y lo peor, nos ha tomado “por sorpresa”. En realidad, si bien se
entiende el infortunio que constituye dicha caída en los ingresos, sobre todo
para el Estado, así como su efecto sobre la tasa de cambio, se entiende menos
la “sorpresa” expresada por una gran parte de los agentes económicos, en el
sentido de que los apuros que estamos experimentando se deben a choques
externos, que lo son, pero que en algún momento era previsible su emergencia.
En realidad, la bonanza de los altos ingresos por cuenta de los hidrocarburos
se debió más a la generosidad de la Divina Providencia, que mantuvo las
cotizaciones tan altas durante tanto tiempo, que a virtudes propias de nuestro
sistema económico.
En
este espacio se considera que lo que está ocurriendo es simplemente una
corrección de la tasa de cambio, ajuste que está más en consonancia con lo que
nuestro aparato económico puede respaldar, que sobre desvaríos transitorios del
mercado: si somos muy débiles en el sentido de no poder ofrecer productos
valiosos (y demandables) en el mercado internacional en tanto que no podemos
dejar de demandar productos extranjeros que consideramos necesarios, los
términos de intercambio necesariamente reflejaran esta condición vía tasas de
cambio muy altas.
Aparte
de las tres consecuencias más visibles, inicialmente señaladas, que han
resultado del cambio de precios, hay otros efectos que vale la pena reseñar,
con el fin de tener una idea de la dimensión del choque de marras. De un lado,
al ser una fuente muy importante para las finanzas del Estado, la reducción de
ingresos por cuenta de la caída del precio internacional del petróleo también
incide negativamente en el tesoro público, y por extensión en la financiación
de los programas y demás tipos de atención del Estado que se ayudan o se
financian con estos recursos, lo que se traduce en menos gasto para programas o
proyectos nacionales así como en una reducción de los ingresos destinados a los
entes territoriales beneficiarios de regalías. De otro lado, hay que tener en
cuenta que el incremento de la tasa de cambio también aumenta, en pesos, el
volumen de la deuda externa que tanto sector público como privado han de
honrar, lo cual, dicho sea de paso, reduce aun más la cuantía de los recursos
públicos que se han de disponer para financiar programas cruciales tanto en el
sector social y en la infraestructura, como también los recursos del sector
privado que bien puede orientar a consumo, ahorro o inversión, por ejemplo.
Al
margen del intrincado panorama macroeconómico que ya se está experimentando, la
discusión de fondo que tiene que establecerse y mantenerse corresponde a las
acciones que debe tomar el Estado (no solo en cabeza del ejecutivo), y los diferentes
sectores que conforman la sociedad colombiana, respecto a las acciones
orientadas a promover la competitividad de los bienes/servicios que se realizan
dentro del territorio colombiano. Se considera que si bien diagnósticos y
sobre-diagnósticos acerca del tema pueden tener algún valor como ejercicio
académico, por ejemplo, de poco sirven para enfrentar el problema real en tanto
no se le dé la debida importancia a los factores que efectivamente inciden en
la competitividad económica.
Por
lo anterior, cualquier discusión que se plantee se debe concebir dentro del
contexto del largo plazo. El resto es hacer más de lo mismo y, por lo mismo,
cosechar más de lo mismo. Si bien desde el ejecutivo se pueda hacer muy buena
política económica, con todo, no es un mago: el margen de maniobra de la
política económica es harto limitado; sirve para ayudar a capotear algunos choques pero no sirve para generar riqueza (pues esto último es tarea
fundamentalmente del sector privado.)
Para
empezar, aunque se invoca el mantra según el cual la economía no debe depender
del éxito de unos cuantos productos primarios (commodities), en la praxis no se hacemos mayor cosa por superar tal
condición, dicho estadio de desarrollo. Por su parte, la planeación y, sobre
todo, la instauración y ejecución de lo que llamaríamos las cosas serias, es un
asunto marginal, toda vez que estamos consumidos en lo urgente: por ejemplo, levantando
y orientando recursos para aplacar el paro cafetero, el paro de los “paperos”,
de los lecheros… y, en general, de diversos gremios cuyas vicisitudes es
necesario, así lo refleja la práctica, subsanar con recursos públicos.
Al
margen de lo perniciosa que pueda ser esta práctica para el sano desarrollo de
la economía de mercado, el país, es decir, el establecimiento (personas,
gremios o estamentos que tienen incidencia real y significativa en la toma de
decisiones), debe establecer una discusión y, sobre todo, una hoja de ruta acerca
de las medidas o acciones concretas sobre los factores que tienen afectan la
competitividad de la economía. Por ejemplo, de forma muy puntual, se deben
establecer acciones concretas orientadas a estimular la productividad del
factor trabajo. Se deben, entre otras, elevar los estándares de calificación
escolar (superar nuestro limite según el cual se aprueba apenas con un 60% o
70%); estimular la meritocracia y la competencia (vrg., eliminación de
subsidios a ciertos sectores productivos); mejorar el acceso y la prestación de
bienes y servicios públicos (tales como la justicia de calidad –o de menos
impunidad-). En adición, también se debe examinar si se modifica, desde el
Estado, alguna parte de la arquitectura institucional tal como la existencia del
sistema de compensación familiar o al menos revaluar su uso, pues debe
considerarse que las cargas laborales que sufragan este impuesto pesan mucho
más sobre las micro y pequeñas empresas, ante todo las menos productivas (que
son las que, comparativamente, contratan más trabajado por unidad de capital).
En dicho sentido, se debe revisar y promover el ajuste de la estructura
institucional con el fin de que responda más armónicamente a los requerimientos
de la continua evolución tecnológica así como sus efectos en la praxis
económica y en la forma de vida.
Empero,
lo que se plantea parece fácil. Es más, lo recién expresado parece un refrito,
promulgado y escuchado una y otra vez, que raya en la ingenuidad. Cierto es.
“El papel, los discursos y los propósitos de buenas intenciones” lo aguantan
todo. Sin embargo, aquí se expresa un pesimismo moderado acerca de los cambios
que se harán en un futuro cercano, y que son funcionales al desarrollo
económico y humano del país. ¿Por qué? Porque el cambio en la práctica resulta harto difícil en vista
de que son los mismos agentes de la sociedad, las mismísimas “fuerzas vivas de
la sociedad”, las que tienen que cambiar, las que tendrían que renunciar a
prerrogativas, a su visión cortoplacista, de supervivencia (dada su condición
de estar respondiendo a la lógica de lo urgente), a sus actitudes cicateras; en
fin, porque son las mismas “fuerzas vivas de la sociedad” las que tendrían que
“darse la pela”.
Por
contra, aquí se considera que no se la darán: en particular, las fuerzas vivas
de la economía se ajustarán, eso sí, pero a “la brava” y en su “justa medida”;
es decir, cuando el mercado y la tecnología así lo establezcan. En dicho sentido
nos debemos hacer muchas ilusiones acerca de nuevas utopías competitivas, pues el sector privado responderá
“cuando haya que responder” (i.e., cuando se vea obligado); el Estado, con gran
certeza, continuará con su inercia secular, respondiendo al pulso que se da
entre los diferentes gremios económicos y otros actores poderosos, bajo la
salvedad de que se preserven sus prerrogativas y sus intereses no sean
lesionados; el llano “pueblo”, por su parte, mientras mantenga su actitud
pasiva en cuanto a la exigencia de ejercicio de sus derechos y no realice,
cuando menos, un adecuado control social, contribuirá a dicha inercia
institucional. En estas condiciones y con estas actitudes difícilmente se
conquistaran nuevos mercados; por el contrario, continuaran las actitudes
cicateras de la mayor parte del empresariado colombiano, para mantener su
porción del mercado, fundamentalmente los “empresarios” que más pelechan del
Estado, que son en esencia los que procuran mantener el mercado cautivo, los
que evitan la competencia (con muchos pretextos, como su importancia por ser
“generadores” de empleo).
En
suma, todos intuimos lo que pasa. Difícilmente cambiaremos. Nos cuesta ser
ambiciosos, pensar en conquistar mercados con bienes/servicios demandables, de
alto valor agregado, que nos generen riqueza. No somos muy dados a la
competencia, por lo menos no la mayoría, y menos aún el establecimiento.
Queremos disfrutar de los bienes y servicios y demás beneficios que procura la
globalización, pero participamos muy poco en calidad de oferentes para el resto
del mundo, de ahí esta tasa de cambio tan terriblemente cara; de ahí, nuestra
moneda débil.
Excelente artículo Carlos q nos condena a un eterno "pais en desarrollo" encomendado al sagrado corazon de Jesus.. atte FJL
ResponderEliminarExcelente artículo Carlos q nos condena a un eterno "pais en desarrollo" encomendado al sagrado corazon de Jesus.. atte FJL
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