Cambio de tercio: de las gestas patrias.

[A] lo largo de su historia como república en Colombia ni la paz ni la igualdad han sido las características usuales tal como lo había soñado El Libertador[... Al] parecer la independencia solo les funcionó a [a una parte de los criollos…] ya que, junto con sus estirpes, experimentaron un mejoramiento muy significativo de sus condiciones materiales y del ejercicio de la libertad […sin embargo] los súbditos no criollos que bajo Su Majestad estaban mal…pocos provechos percibieron por su participación en la gesta libertadora. Apropósito de La Masacre Navidad de 1822 en la Ciudad de Pasto. 


19 de agosto de 2016
Por: Carlos J. Barbosa C. y Hermes Fernando Martínez

El pasado 20 de julio del año en curso se conmemoró el 206 aniversario del grito de independencia en tanto que el 7 de agosto se celebró el 197 aniversario de la victoria de la Batalla de Boyacá, puntada última del proceso emancipador de lo que hoy es la Republica de Colombia. Según los artífices del proceso de independencia, la emancipación del entonces Virreinato de Nueva Granada respecto de España nos permitiría establecernos como un Estado autónomo, soberano, dentro del cual triunfarían la paz y la igualdad, entre otras. Pese a esta pretensión, a lo largo de su historia como república en Colombia ni la paz ni la igualdad han sido características usuales, como lo había soñado El Libertador. Muestra de la negación de la primera lo constituyen la serie de conflictos que se han registrado durante nuestra historia (vrg, la mismísima Patria Boba, el conflicto entre liberales y conservadores de 1861, la guerra de los mil días y el conflicto interno reciente). Por su parte, el obstáculo al desarrollo socioeconómico que representa la impúdica desigualdad ha sido experimentada y patente no solo a los “ojos vistas” de las sucesivas generaciones (desde la colonia, durante e inmediatamente después del proceso de independencia y todo lo atestiguado hasta  nuestros días), sino que también ha sido permanentemente señalada por la literatura especializada tal como lo evidencian las cifras del índice GINI, acerca del grado de desigualdad de la distribución del ingreso.
Si bien la emancipación se hizo en nombre de todos los pobladores no peninsulares de la Nueva Granada y las huestes independistas estuvieron compuestas por gente del pueblo (principalmente mestizos, reforzadas por mulatos, zambos, indios y afro-descendientes), amén de ser dirigidas por los criollos, al parecer la independencia solo les funcionó a una parte de estos últimos ya que, junto con sus estirpes, experimentaron un mejoramiento muy significativo de sus condiciones materiales y del ejercicio de la libertad, toda vez que heredaron de forma directa y expedita la gran mayoría de los caudales y prerrogativas peninsulares del otrora Virreinato de Nueva Granada. Complementariamente, el remanente hacendístico terminó en las alforjas de la población más cercana a dichas elites y en las de los representantes de las instituciones pervivientes del ancient régime (la iglesia, por ejemplo). Para la mayoría de los novísimos colombianos los réditos efectivos que traería la independencia, directos e indirectos, de hoy y mañana (y del resto de la semana), solo fueron nominales: promesas de pago no redimidas. Es decir, los súbditos no criollos que bajo Su Majestad estaban mal (en gran parte mestizos, y prácticamente la totalidad de mulatos, zambos, afro-descendientes e indios) pocos provechos percibieron por su participación en la gesta libertadora; por lo menos algo decente por haber “consentido” que también en su nombre se buscará la independencia: solo recibieron promesas e ilusiones. Igual, continuaron mal, aunque en el papel todo iría para bien… y, al parecer, “va a seguir yendo para bien”. En la actualidad, las cifras de desarrollo socioeconómico de las poblaciones minoritarias, tradicionalmente excluidas e históricamente invisibilizadas dan cuenta de su pésima situación. La muerte de niños indígenas por desnutrición se está convirtiendo en moneda corriente, pues para el colombiano de a pie, pendiente del reality diario en horario prime time (i.e., noticieros), eso “al fin y al cabo es un asunto ajeno”.
En realidad, la población indígena pocos réditos ha percibido por el cambio de régimen: consúltense las cifras. Los logros alcanzados han sido vegetativos, en el sentido que han sido fruto de los avances de la ciencia y la tecnología, importados por demás, pero no por decisiones políticas o por concurrencia del Establecimiento: por ejemplo, si a la gente de estas poblaciones hoy no se le caen los dientes es merced al avance tecnológico, y no ante todo y sobre todo a las jactanciosas intervenciones que en nombre del Estado hacen los dirigentes políticos (pues su gran epopeya consiste en redireccionar minúsculas partidas). Empero, a propósito de las sendas conmemoraciones y de la precaria situación de las minorías étnicas, en este caso de las poblaciones indígenas (territorialmente invadidas, por añadidura), conviene citar un caso específico en el cual un segmento de la población indígena no participó en el proceso de independencia, posiblemente porque que percibían un bienestar socio económicos que apenas podía ser mejorado, porque sus beneficios no resultaban claros o por escepticismo de los criollos, o por toda las anteriores.
Si bien es un lugar común afirmar que tacita o explícitamente la gran mayoría de los colombianos hemos sido educados con una imagen idealizada, romántica, de los próceres y en particular del Libertador, no por ello resulta redundante insistir en que un poco de humanización de la imagen del último y en general de nuestros prohombres bien nos podría ayudar a educarnos mejor, y de paso mitigar nuestra manía por las soluciones fáciles e inmediatas, resultado de nuestra añoranza por superhéroes, mesías o caudillos… o soluciones del tipo Deus ex Machina. Amén de lo anterior, como fruto de nuestra negligente enseñanza tendemos a dar por sentado que la actitud hacia el proceso de independencia fue homogénea, es decir, que a la sazón toda la población estaba a favor de dicha causa. En realidad, es poco lo que el colombiano de a pie, no suroccidental, sabe o recuerda acerca de casos de resistencia indígena al proceso de emancipación. Al respecto, se considera ilustrativo referenciar la resistencia indígena al nuevo régimen verificada en San Juan de Pasto durante los albores de la recién creada Gran Colombia.
En concreto, lo ocurrido con la oposición en San Juan de Pasto hace referencia a una masacre bárbara de la población nativa a manos de los nuevos republicanos durante los albores del proceso de la instauración de la Gran Colombia. La navidad llevada a los pobladores de Pasto y alrededores por los novísimos gran colombianos el 24 diciembre de 1822 consistió en un acto luctuoso representado en su toma a sangre y fuego (con saqueo republicano incluido) por las tropas lideradas por Antonio José de Sucre y con la anuencia del Libertador. Según las crónicas la irrupción dejó más de cuatro centenares de muertos, con la diferencia de que en este caso los “caídos” eran coterráneos, compatriotas, mas no chapetones ni menos aun peninsulares. Se subraya, la cuestión aquí es que fueron más de 400 los conterráneos ejecutados a manos de los representantes, y en nombre, del nuevo establecimiento. (“Medidas disuasorias” dirían algunos; “medidas necesarias para la consolidación de un proyecto nacional”, dirían otros). Específicamente, en una carta del Libertador dirigida a Francisco de Paula Santander el primero señala que
“Los pastusos deben ser aniquilados, y sus mujeres e hijos transportados a otra parte, dando aquel país una colonia militar. De otro modo, Colombia se acordará de los pastusos cuando haya el menor alboroto o embarazo, aún cuando sea de aquí a cien años, porque jamás se olvidarán de nuestros estragos, aunque demasiados merecidos.”    (Carta de Simón Bolívar a Francisco de Paula Santander, Potosí, 21 de octubre de 1825).” Citado de Memoria sobre la vida del General Simón Bolívar de Tomás Cipriano Mosquera, Instituto Colombiano de Cultura.
Con todo, el caso de marras sirve para ilustrar, de un lado, la actitud de los “padres fundadores”, del novísimo Estado para con los rebeldes (al parecer las masacres de compatriotas no nos han sido ajenas, posiblemente nuestra obscena indiferencia desde la lejanía tampoco) y, de otro, la diferencia de actitud de diferentes poblaciones respecto al proceso puesto que no todas se sentían convencidas de los beneficios prometidos. Se considera que si bien bajo la corona española las cosas no iban a mejorar, como lo dejan entrever la historia de Cuba y Puerto Rico en el siglo XIX, en Colombia “amaneció y vimos”: en términos relativos, la situación de la población indígena no mejoró. Continuó siendo marginal, maltratada, y en muchos casos invisible. El discurso de los próceres y de sus campeones no se logra materializar.
En suma, lo expuesto anteriormente busca llamar la atención al hecho de que las poblaciones más vulnerables en la práctica no han resultado beneficiadas significativamente por el cambio de régimen: no lo fueron con el “ancient”, como tampoco lo han sido después de su reemplazo. Las directrices según las cuales en la nueva patria reinaría la paz y la igualdad, hasta el momento han quedado en intenciones; no logran dar frutos.
Como se indicó al principio de este espacio, ni la paz ni la igualdad han sido características colombianas, “nuestras”. Es posible que la paz tenga alguna oportunidad a propósito de las negociaciones en curso, y por lo tanto los recursos implicados en el conflicto se puedan reorientar a fines no mezquinos, no deletéreos; a fines serios, a la construcción de un bien público, al ejercicio de un derecho constitucional, de conformidad con lo que reza en la Carta en su Artículo 22, a saber: “La paz es un derecho y un deber de obligatorio cumplimiento”.
Por su parte, la igualdad es una empresa también muy seria que nos queda pendiente. Habrá que ver si, como pasa con las imágenes que tenemos de nuestros próceres (con superpoderes, superintegridad, superprobidad y todo), hemos de esperar a que algún caudillo, narciso y sofista por antonomasia, nos haga el trabajo serio, el trabajo intransferible; aquel que deja experiencias enriquecedoras. Por contra, la desigualdad es un problema de todos que se resuelve entre todos, empero, la responsabilidad de los actores frente a este mal está directamente relacionada con el poder detentado. El problema es muy complejo que ningún superhéroe por muy respaldado que esté por las maquinarias políticas y los medios –harto expertos en estas arterías- nos va a resolver. Por el contrario, es un problema que requiere el concurso de todos y de acciones de corto, mediano y largo plazo, que demandan perseverancia, regularidad, sacrificio (harto escaqueado por las elites vernáculas), compromiso y, por qué no, de fe.



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